Tal y como hemos acordado todos/as los/as integrantes de Entreletras, nuestra segunda lectura es Un viejo que leía novelas de amor, del escritor chileno Luis Sepúlveda.
Publicada en 1994, se trata de una novela breve, exótica, ambientada en el Amazonas de hace unos años. Traducida a más de 60 idiomas, la obra ha sido también adaptada al cine por el directo holandés Rolf de Herr en 1999.
Un viejo que leía novelas de amor narra la historia de Antonio José Bolívar Proaño, quien vive en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica de los indios shuar (mal llamados jíbaros). Con ellos, ha aprendido a conocer la Selva y sus leyes, a respetar a los animales y los indígenas que la pueblan, pero también a cazar el temible tigrillo como ningún blanco jamás pudo hacerlo. Un buen día decidió leer con pasión las novelas de amor –del verdadero, del que hace sufrir- que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín para distraer las solitarias noches ecuatoriales de su incipiente vejez.
Con esas lecturas, Bolívar Proaño intenta alejarse un poco de la fanfarrona estupidez de estos codiciosos forasteros que creen dominar la Selva porque van armados hasta los dientes, pero que no saben cómo enfrentarse a una fiera enloquecida porque le han matado sus crías.
Descritas en un lenguaje cristalino, escueto y preciso, las aventuras y las emociones del viejo Bolívar Proaño difícilmente abandonaran nuestra memoria. Es una hermosa celebración de la lectura. Como dice el narrador: “Sabía leer. Fue el descubrimiento más importante de toda su vida. Sabía leer. Era poseedor del antídoto contra el ponzoñoso veneno de la vejez”.
DOSSIER SEPÚLVEDA
Publicada en 1994, se trata de una novela breve, exótica, ambientada en el Amazonas de hace unos años. Traducida a más de 60 idiomas, la obra ha sido también adaptada al cine por el directo holandés Rolf de Herr en 1999.
Un viejo que leía novelas de amor narra la historia de Antonio José Bolívar Proaño, quien vive en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica de los indios shuar (mal llamados jíbaros). Con ellos, ha aprendido a conocer la Selva y sus leyes, a respetar a los animales y los indígenas que la pueblan, pero también a cazar el temible tigrillo como ningún blanco jamás pudo hacerlo. Un buen día decidió leer con pasión las novelas de amor –del verdadero, del que hace sufrir- que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín para distraer las solitarias noches ecuatoriales de su incipiente vejez.
Con esas lecturas, Bolívar Proaño intenta alejarse un poco de la fanfarrona estupidez de estos codiciosos forasteros que creen dominar la Selva porque van armados hasta los dientes, pero que no saben cómo enfrentarse a una fiera enloquecida porque le han matado sus crías.
Descritas en un lenguaje cristalino, escueto y preciso, las aventuras y las emociones del viejo Bolívar Proaño difícilmente abandonaran nuestra memoria. Es una hermosa celebración de la lectura. Como dice el narrador: “Sabía leer. Fue el descubrimiento más importante de toda su vida. Sabía leer. Era poseedor del antídoto contra el ponzoñoso veneno de la vejez”.
DOSSIER SEPÚLVEDA
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